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zarraclaca On Tuesday, September 13, 2005


La furia del tiempo no ataca a todos por igual, aparece mucho más implacable en los lugares comunes, plazas, abiertas y generosas como una fruta madura; cauces del tiempo.
Si hay plazas que nos hablen de gentes y lugares esas son tres: la Plaza Ducal o de arriba, la Plaza nueva o del Ayuntamiento y la Plaza vieja, de abajo o del Padre Alvarado. Las tres rebosan de vida.
"Cuatro versos de cal te delimitan/ oro, fragua e historia". Estos versos de Salvago
nos dicen que las grandezas y miserias están escritas a fuego entre las medievales piedras de la nobiliaria y humilde Plaza Ducal, cinco siglos de blanqueadas arcadas.
Sentimos el aliento de la furia del tiempo -que socaba cualquier edificio, cualquier idea- ante el lugar donde estuvo el palacio que durante muchos años dio sentido a esta plaza y que ya no está. El palacio ducal, que se tardó varios siglos en construir y desde donde se regían los destinos de las vidas y cosas, fue destruído tras la ruína de Mariano, el Duque antinobiliario.
A finales del siglo XIX profética o simbólicamente, .-por desidia, ruina, falta de funcionalidad o quizá porque se dio cuenta que ya no servía de mucho-, el orgulloso edificio se vino abajo en apenas diez años, como un viejo achacoso. Desde el palacio, Marchena se derramó irremediablemente colina abajo inundando todo de los sedimentos de su propia civilización, como una lluvia de sí misma. Grandiosas y viejas casonas, rancio abolengo, callejones umbríos, pretéritos imperfectos fueron sustituidos por pequeñas casas en calles anchas y soleadas con historias por inventar.
Sin embargo perdimos una de nuestras joyas arquitectónicas, góticos pasillos, patios platerescos y renacentistas, salones llenos de joyas, obras de arte y recuerdos de las grandezas del pasado. La pobreza y la vida, que por entonces eran sinónimos, se adueñaron de tanto esplendor pasado, de tanta vanidad de artista, de tanto hijo bastardo, de tanta intriga palaciega y conjura de nobleza. Desde la antigua facha de palacio, del que ser conservas algunas murallas, ventanas y arcos, parte un pasadizo hacia la zona del parque, antiguo jardín, que conserva restos árabes.
Todo lo importante en el pueblo ocurría en la Plaza Ducal, las fiestas de toros, las representaciones teatrales, las grandes celebraciones, las representaciones de la pasión del Viernes Santo, o mandato. Gracias al mandato de Jesus Nazareno conservamos una de las pocas fotografías de cómo era el palacio. Un gran edificio de cuatro plantas con una portada monumental que, encaramado a la muralla sobresalía de todo el blanco caserío marchenero. Y gracias al mandato hoy podemos reivivir cada año, un trozo del pasado.
Un exvoto devocional de la capilla de la Vera Cruz nos muestra la imagen de esplendor de la plaza (siglo XVIII), con el palacio en un extremo, el antiguo convento de Capuchinos -fundado en 1651-, también desaparecido, en su extremo norte y a los piés el edificio de las antiguas casas consitoriales (1713), que aún se mantiene junto a la reforma unificadora de Alonso Moreno.
Plaza gitana y flamenca, fue forja, cuna de la saga de los melchores y escenario de la "Fiesta de la guitarra". Por encima del tiempo, la plaza conserva gran parte de su esencia original.
Mucho más transformada, la Plaza Nueva o plaza del Ayuntamiento levantada sobre las ruinas del convento franciscan,o ya no conserva los lienzos de muralla, ni la torre del reloj que existió hasta principios del siglo XX. En sus costados estuvo el casino liberal, con su teatro y sus compañías de Zarzuela.
El busto del Padre Alvarado polémico filósofo antiliberal, presta su nombre a la plaza vieja. Los tradicionalistas decir que los tradicionalistas erigieron este monumento en la plaza de San Juan, que fue arrancado durante la segunda república y restaurado de nuevo en esta ubicación en 1937.
La plaza, que "desde el arenal, mana diligencias y emboscadas" busca el aroma agreste de las posadas, "olor a caballerizas, a cuero antiguo y malva" fue centro del primer arrabal histórico en torno al antiguo camino de Sevilla ha heredado una tradición hostelera de siglos. En uno de sus frentes estuvo la casa de baños -hoy hostal- que atraía a muchos visitantes a principios del siglo XX.
En la calle Mesones, se alineaban las casas de huéspedes y mesones (de los Caballeros y de la Fuente de la Ventilla o de la Miel), que en 1713 alojó el trasiego de tropas con destino a defensa de Cádiz y en 1590 alojó al mismo Cervantes.
Las caballerias se refrescaban en la fuente de las cadenas mesón era la de las cadenas, grandes caños y pilares para abastecer al ganado. Hoy ha tomado este nombre, una levantada en un lateral de la plaza hecha en -1864-. En esta fuente y entre el rumor del agua nacían las habladurías del pueblo y los azacanes tomaban el liquido elemento que luego vendían por la calle.
Muy cerca, la plaza de la Constitución, improvisada parada de autobuses bajo los miradores de las murallas, con su fuente en el centro y su ir y venir que nunca cesa. Y más abajo, la avenida, el Arrecife, -con su parque y su antiguo baño de los caballos, salida natural de manantiales, bajo los actuales jardines, camino hacia la estación de tren. Allí estuvo la feria, pero también los teatros,-Colón o cine Campoamor- y se celebraban los antiguos desfiles del carnaval, ya desaparecido. "con sus bailes de máscaras, y sus bonitos desfiles de carrozas por el arrecife ", recuerda Luis Camacho.
Hay más plazas con solera, como la de San Juan, con ecos de campana antigua -La Calada-, única que mereció un apodo y un poema de Salvago "aquí tu bronce o tu carne" presidida por la mudéjar fachada de la iglesia, y algunas casas palacio destacables. A su izquierda está la Casa Fábrica, (1771) llena de barrocas líneas curvas dibujadas por Ambrosio Figueroa. Allí desemboca Doctor Diego Sánchez, la calle muerta que resucitó y mantiene los blasones en sus costados. Esta calle, esta plaza, está "naciendo y muriendo eternamente".
En la plaza de San Andrés, estaba la antigua puerta de Osuna, hoy presidida por la espadaña del convento y los restos del antiguo colegio jeusita de San Jerónimo. La de San Sebastián, y San Miguel fueron centro de sus arrabales.