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zarraclaca On Tuesday, September 13, 2005


La hermandad en Marchena es algo que une y vincula socialmente, en torno a la vida y la muerte. Para inscribirse, nada mejor que el Domingode Resurreción, cuando Marchena es una capilla de puertas abiertas de par en par.
Costumbre única la de los enterramientos comunes. Hermanos para siempre, unidos más allá de la vida. Cuando se prohibieron los enterramientos en las iglesias, las hermandades siguieron clandestinamente con su costumbre hasta que en 1912 el Dulce Nombre levantó su propio panteón en el cementerio municipal dando inicio a esta costumbre.
Las reuniones semanales de hermandad vienen de antiguo y son, como dijo Luis Camacho, “el alma toda del pueblo”. Entre cuatro paredes encaladas, sillas de anea, lunas de bizcochos cen torno a las saetas metafísicas. La reunión principal es la -jandosca- o comida de hermandad. Reloj calendario, tiempo, actitud ante la vida. Regreso. Rito de la primavera, aprendizaje, despertar a la vida. Así se aprende a formar parte del rito, a vestir la túnica, a ser insignia y estandarte, a sufrir ciñiéndose la corona del costal. A vivir el cortejo del tiempo bajo la multitud de vencejos, arcos y rosas.
Rivalidad inmemorial entre hermandades, heredada de la época fundacional. Franciscanos, jesuitas y dominicos. Fueron numerosos los pleitos entre hermandades, por constatar su antigüedad, por la preferencias de paso, o por el lugar de su capilla.
Un aldabonazo, despertar de nuestra conciencia que indica que el tiempo ha llegado, la primera luna de la primavera y nuevas sombras que se dibujan sobre la cal recien puesta. Ha llegado el tiempo sin tiempo.
No hay tiempo, Viernes Santo, mediodía de sol en las almenas. No hay tiempo ni ruido. Sólo un imperceptible rumor sordo de centro de universo, de giro de pequeño planeta ensimismado. En la antigua plaza ducal, centro de poder, se escenefica cada año, desde hace cinco siglos la pasión de Jesús: el mandato. Mandato del tiempo, de que se conserve la tradición intacta, como el último tesoro impoluto. Los tres pasos de la hermandad, evolucionan ante la narración del párroco de los hechos de la pasión. Participan la Verónica o los soldados romanos, a caballo.
Aquí los enseres procesionales más antiguos están aún incorporados a los pasos. Palios de plata del XIX, cruces con símbolos del sol y la luna, doseles de tela bordada, piñas barrocas del XVIII para elevar las imágenes. La Vera Cruz exhibe orgullosa 600 años de tradición franciscana, orden a la que se vincula el origen de la saeta. Y todo es posible gracias a este remanso del tiempo, Marchena, al resguardo de las corrientes pasajeras. Verdad de terciopelo, cardos y doseles, de moleeras, de mandatos y armaos entre torres, espadañas, callejuelas y placitas.
Arquitectura que de pronto se consuela y se sabe protagonista por un día. Plazuela de la amanecida ternura, calle de la amargura o del claustro abandonado, espadaña de la luna de marzo, torre de las lágrimas.
El Sábado Santo es altar de la saeta antigua. Saetas marcheneras, las más primitivas, como salmos franciscanos, o quizá árabes y judíos, con estilos propios y únicos. La tradición saetera se transmite hoy en la primera escuela de saetas andaluza, que creó 1986 la Hermandad de la Humildad (Miércoles Santo) ante la evidencia de que se estaba rompiendo la forma tradicional de trasmisión oral de padres a hijos.
La Soledad perdió el descendimiento de la cruz, en donde una imagen articulada era introducida en un sepulcro, para posteriormente procesionar la imagen del cristo yacente por varias iglesias, en la última se celebraba sobre un túmulo el entierro de Cristo. Aparece así anotado cada año en los libros parroquiales.
En la procesión participaban 370 disciplinantes,(1617) lacerándose hasta hasta verter sangre, -auxiliados por lavadores-, grupos de mujeres, niños vestidos de ángeles portando escenas de pasión, demandantes pidiendo limosna, grupos de música de capilla, junto a los niños de coro de San Juan y música de ministriles.